sábado, 6 de diciembre de 2008

La teología y el pueblo. Cuándo, dónde y cómo nació la teología

La teología cristiana nació antes que los evangelios, al menos tal como éstos han llegado hasta nosotros en su redacción definitiva1. Por eso, entre otras cosas, se ha podido decir con razón que san Pablo fue el primer teólogo cristiano2, es decir, a partir de él nació la teología. Por otra parte, sabemos que Pablo no convivió con Jesús y muy probablemente nació en Tarso (Hech 9, 11; 21, 39; 22, 3)3 y se crió en un entorno helenista, en el que el griego era el idioma usual, su lengua materna4. Además, sus cartas fueron escritas desde la tradición del judaísmo helenista 5 y, por tanto, con una fuerte influencia de las corrientes culturales del helenismo del siglo primero. En este sentido, J. Vilchez, al explicar los influjos del helenismo en el libro de la Sabiduría, ha dicho acertadamente que "sería un iluso el que pensara que el helenismo, como conjunto de corrientes que configuraban la vida de los pueblos, no influyera en los judíos, como individuos y como comunidad, donde estaban organizados, en sus costumbres, en su modo de vivir y de concebir la religión, la moral"6. Todo esto quiere decir, obviamente, que la teología cristiana nació en un ambiente cultural distinto (en cosas muy fundamentales) del ambiente en el que Jesús vivió y predicó su mensaje. A cualquiera se le ocurre pensar que este hecho tuvo que influir inevitablemente en la teología desde sus comienzos. Por supuesto, no se trata aquí ni siquiera de insinuar que Pablo adulteró el mensaje original de Jesús y menos aún que prescindió de él7. Pero sabemos que cualquier introducción al Nuevo Testamento nos informa de que la teología de Pablo es distinta, en puntos importantes, de la teología de los evangelios. En eso no hay duda. Pero la cuestión que aquí me interesa analizar es más concreta: se trata de saber si la cultura, en la que nació y se educó Pablo, condicionó de manera determinante su forma de entender y explicar el mensaje cristiano precisamente en la relación de ese mensaje con el pueblo.
Así, pues, lo primero que interesa recordar es lo que, en el siglo primero, se pensaba y se vivía a este respecto en la cultura helenista. Un autor bien conocido, y ya clásico en cuanto se refiere al estudio de aquella cultura, A. J. Festuguière, ha escrito: "Si se pregunta cuál podría ser el ideal de un pagano griego o helenista, en el siglo primero", la respuesta es que ese ideal se centraba en "el hombre de buena familia (eugenés), de padres ricos, influyentes: se le enseñaba desde la infancia una moral esencialmente griega, forjada para el ciudadano libre, prohibida al esclavo o al bárbaro... Este ideal se centraba en laareté, la virtud, que se refiere no solamente al concepto nuestro de virtud moral, sino a todas las cualidades del cuerpo, del espíritu, del corazón, que hacen ungentelman, l ' honête homme del siglo XVII y que procuran una justa gloria"8. Y el mismo Festugière señala la primera característica que esto llevaba consigo: "El ideal griego fue siempre, en el mundo antiguo, el privilegio de los aristoi 9. El esclavo, naturalmente, estaba excluido. El pobre, el hombre que trabajaba con sus manos, obligado cada día a ganarse el pan, no podía aspirar a este ideal. El que no tiene de qué vivir no debe soñar en conseguir la areté (Platón, Protag. 312 a-d). Los jóvenes en los que piensa Platón son todos eugenés, pertenecen a lagentry de Atenas. Ahora bien, el número de ciudadanos de este tipo no fue nunca grande. Se conocían entre sí. Esto constituía un grupo bastante cerrado, un poco orgulloso. El consejo, tan frecuente, de escoger bien los amigos tenía un significado más social que moral. Los kakoi eran las gentes que no eran de recibo. Este exclusivismo, inconsciente o pretendido, era la marca distintiva de la educación griega"10.

Ahora bien, si todo esto era efectivamente así, lo más claro que de ello se deduce es que la cultura helenista, en la que nació la teología, era una cultura elitista, una cultura en la que los selectos y los privilegiados, por su condición social y económica, y también por su educación, eran los que ocupaban el centro y el poder, mientras que los demás, la multitud, quedaban marginados y, con frecuencia, se veían profundamente despreciados. Esta es una de las cosas que llama poderosamente la atención en cuanto se leen los escritos más determinantes de las dos corrientes de pensamiento que más influyeron en el helenismo: el platonismo y el estoicismo 11.

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